Por razones que pueden ser muy variadas (contenido del pensamiento, anormalidad de una sensación, excesiva autoatención, condicionamiento previo), la persona se siente amenazada ante ese estímulo. Entonces, como es lógico, el sujeto responde con una respuesta emocional de miedo.
Esta respuesta incluye una serie de manifestaciones fisiológicas tales como aceleración del ritmo cardíaco, opresión de pecho, respiración agitada, mareo y sensación de irrealidad. Esas respuestas, por sí solas, son insuficientes para que se produzca un ataque de pánico. Sin embargo, en ocasiones ocurre que la persona asocia e interpreta tales sensaciones como indicadoras de que se va a producir un desastre inminente, de que le va a ocurrir algo malo, como un ataque cardíaco, una parada respiratoria, un ataque cerebral, un desmayo o sencillamente la pérdida del control en su mente.
Son estos pensamientos los que incrementan la percepción inicial de la amenaza, ya que la preocupación o malestar inicial de la persona pasa a un segundo plano, para ocuparse de un supuesto peligro mucho más inminente y más grave. A su vez, el incremento de la percepción de amenaza lleva a un aumento de las sensaciones corporales, con lo que los pensamientos catastróficos se hacen más fuertes, entrando la persona en un círculo vicioso que culmina en el pánico o la angustia.
¿Cómo se tratan los Ataques de Pánico?
Cuando la persona tiene este padecimiento es necesario el tratamiento psicológico, en el cual se realiza una valoración para determinar los factores individuales que están generando estas crisis. Después, es importante explicarle a la persona que le está pasando para que tenga el conocimiento adecuado del padecimiento. Además, se emplean técnicas para que la persona desarrolle capacidades que le permitan cortar el círculo de ansiedad y controlarlo. Se trata de que la persona pueda desarrollar autocontrol y regresar la ansiedad a niveles normales.
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